sábado, 26 de marzo de 2011

Obras comentadas 10


San Mauricio y la legión tebana
 
Felipe II eligió a El Greco como uno de los artistas consagrados que trabajarían en los retablos de la basílica de El Escorial, encargándole el que se instalaría en uno de los altares laterales dedicado al Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana que mandaba. Considerado uno de los santos patronos en la lucha contra la herejía y debido a la existencia de reliquias en la iglesia, se decidió que su presencia era necesaria. En el siglo III de nuestra era, San Mauricio era el jefe de una legión egipcia del ejército romano en la que todos profesaban el cristianismo. Durante su estancia en las Galias recibieron la orden del emperador Maximiliano de realizar una serie de sacrificios a los dioses romanos. Al negarse, la legión que mandaba el santo fue ejecutada, siendo martirizados sus 6.666 miembros. El Greco quiso aprovechar la oportunidad que se le brindaba para mezclar una historia primitiva del Cristianismo -quizá ficticia- con acontecimientos contemporáneos para él. La figura de San Mauricio -vestida con una coraza azulada y barbado- aparece en la zona derecha del lienzo, en primer plano. Está acompañado de sus capitanes, en el momento de decidir si efectúan el sacrificio a los dioses paganos. A su izquierda contemplamos a San Exuperio con el estandarte rojo. Junto a ellos se encuentra un hombre con barba, vestido con túnica, que ha sido identificado con Santiago el Menor, quien convirtió a toda la legión al Cristianismo. Entre esos militares destacan dos, situados entre el santo y la figura que porta el estandarte. El de edad más avanzada es el Duque Enmanuel Filiberto de Saboya, comandante de las tropas españolas en San Quintín y Gran Maestre de la Orden Militar de San Mauricio. A su derecha, y más cerca del santo, se sitúa Alejandro Farnesio, duque de Parma, quien estaba en aquellos momentos luchando en los Países Bajos contra los holandeses. En los planos del fondo, donde se desarrolla el martirio, encontramos el retrato de Don Juan de Austria, el hijo natural de Carlos V y vencedor de la batalla de Lepanto. Todas las figuras visten uniforme militar del siglo XVI, uniendo ambos hechos: la lucha de los generales españoles contra la herejía y el paganismo, igual que hizo San Mauricio. En un segundo plano contemplamos el episodio más importante: el martirio. Los legionarios se sitúan en fila, vestidos con túnicas semitransparentes o desnudos, que esperan el turno para ser ejecutados. El verdugo se sitúa de espaldas, sobre una roca, y junto a él vemos de nuevo a San Mauricio, reconfortando a sus hombres y agradeciendo su decisión. Un hombre degollado refuerza la idea del martirio, exhibiendo un fuerte escorzo. La parte superior del lienzo se completa con un Rompimiento de Gloria formado por ángeles músicos, mientras otros portan palmas y coronas de triunfo. Estas figuras tan escorzadas se contraponen a la quietud de la zona principal. La escena se desarrolla en un pedregal, olvidándose por completo el Greco de situar el episodio en un lugar más adecuado ya que él está interesado por la espiritualidad de su escena. Sin embargo, el hecho de relegar el martirio a un segundo plano y colocar la decisión más cercana al espectador provocó el rechazo de Felipe II, quien adujo la falta de devoción que a su entender inspiraban las figuras.  El Greco se esforzó por hacer una obra sofisticada, recurriendo al estilo manierista como punto de partida. Así surgen las figuras de espaldas, los escorzos o las diagonales que se observan en la escena. Las figuras están claramente inspiradas en Miguel Ángel, con un canon escultórico que deja ver la anatomía bajo las corazas. Estas figuras tienen la cabeza pequeña y las piernas cortas en proporción con su amplio busto. Los colores son ya casi tradicionales en El Greco, el amarillo, azul, verde o rojo, inspirados en la Escuela veneciana. San Mauricio porta el rojo del martirio y el azul de la eternidad. Sobre esos colores resbala la luz, contrastando las zonas iluminadas con otras en semipenumbra. La luz será fundamental ya que gracias a los focos de iluminación, el artista destaca lo que le interesa, existiendo un claro núcleo de luz que ilumina el martirio y que procedente del Rompimiento de Gloria de la parte superior. 


El Expolio de Cristo

Estaba destinado al vestuario de la sacristía catedralicia, donde el despojo de las vestiduras de Jesús obtenía un gran valor simbólico. Este tema es muy extraño en la iconografía occidental por lo que el candiota tomó diferentes historias bíblicas que pudieran servirle de inspiración: el Prendimiento y los escarnios. De esta manera realizó una de sus obras maestras. La figura de Jesús -envuelto en un amplio manto de color rojo que simboliza su martirio- preside la composición. A su derecha contemplamos una extraña figura con armadura renacentista -podía ser San Longinos, Pilatos o un centurión romano vestido a la moda de la época para referirse a la intemporalidad del mensaje- mientras que a su izquierda observamos a un sayón que horada la cruz, creando un marcado escorzo típicamente manierista. En primer plano contemplamos a las Santas Mujeres. Tras la enorme figura de Cristo se encuentra la muchedumbre, formada por rostros grotescos que recuerdan a la pintura flamenca. Las picas y lanzas completan esa zona del fondo, en la que destaca un enigmático personaje con gorra y golilla que señala al espectador y sobre quien se han dado las más variadas versiones, desde que representara a uno de los sacerdotes que acusaban a Jesús hasta que fuera un simple espectador que refuerza la intemporalidad del asunto. El abigarramiento de las figuras es característica destacable de la composición, suprimiéndose toda referencia a la naturaleza e incluso al suelo -sólo se observa un pequeño espacio de tierra y piedras junto a los pies de Cristo-. El rostro de Jesús está cargado de dramatismo, especialmente los ojos, llenos de lágrimas conseguidas con un ligero toque del pincel. El amplio cuello y la postura de los dos dedos juntos serán características típicas de la mayor parte de las figuras de El Greco. Las influencias en esta obra proceden en su mayoría del arte bizantino que tan bien conocía el pintor; al no existir referencias occidentales echó mano de precedentes orientales -la falta de espacio, el grupo de las Marías o la figura de Cristo, con la barba bífida, rodeado de tres filas de cabezas-. Sin embargo también emplea elementos manieristas- el personaje de espaldas o la organización compositiva-, otros tomados de Miguel Ángel -la amplitud escultórica de las figuras, marcando su anatomía- y de la Escuela veneciana -el color y el dramatismo de la imagen, sello indiscutible de Tintoretto-. Precisamente el estudio cromático es perfecto, emplea la mancha roja del sudario de Cristo para llamar la atención y equilibrándola con dos manchas amarillas a derecha e izquierda. Para estudiar la luz sitúa la armadura, en la que se aprecian claramente los reflejos rojos de las vestiduras, resultando una imagen inolvidable.

La Trinidad

Estaba colocada en la parte superior del retablo que decoraba el altar mayor de la iglesia de Santo domingo el antiguo. Recoge el momento en que Dios Padre acoge a Su Hijo muerto, escena está cargada de tensión. Este momento indica al católico que la muerte de Cristo ha cumplido su objetivo: redimir a la Humanidad. La influencia más marcada en esta obra procede de Miguel Ángel en las figuras amplias y escultóricas; la composición parece, sin embargo, tomada de Durero. Pero también pone el maestro algo de su parte: el dramatismo de las figuras de los ángeles llorosos, el precioso escorzo del cuerpo de Jesús y el vibrante colorido, típico del Manierismo con esos naranjas, malvas y verdes amarillentos. El canon de belleza clásico, donde la cabeza es la séptima parte del cuerpo, es aumentado por el cretense, siendo sus figuras muy alargadas. Aquí lo apreciamos en el enorme cuerpo de Cristo y en el ángel, que está de espaldas introduciéndonos en la escena, un recurso muy manierista. El eje de simetría en el que siempre se colocan los tres miembros de la Trinidad está roto al salirse de él la cabeza de Dios Padre, de modo que la composición se organiza a través de líneas zigzagueantes que se continúan en las piernas de Jesús. La pincelada empleada por el artista es algo suelta.


El Entierro del conde  Orgaz 

La escena fue realizada para la iglesia de Santo Tomé por encargo del párroco don Andrés Núñez de Madrid.
 La obra se divide claramente en dos partes. En la parte baja de la imagen se observa, en primer plano, el milagro, con la figura de don Gonzalo, en el centro, en el momento de ser depositado por los dos santos: San Agustín -vestido de obispo- que le agarra por los hombros y San Esteban -como diácono, representando en su casulla su propio martirio- que le sujeta por los pies. Junto a ellos encontramos un niño vestido de negro, que porta una antorcha y lleva un pañuelo con una fecha: 1578; esto hace suponer que se trata del hijo de Doménikos, Jorge Manuel, nacido en ese año. A la derecha se sitúa don Andrés Nuñez de Madrid, el párroco de Santo Tomé, que abre las manos y eleva su mirada hacia el cielo, vistiendo la saya blanca de los trinitarios. Le acompañan dos sacerdotes más: uno, con capa pluvial negra, lee ensimismado el "Libro de Difuntos" y otro porta la cruz procesional y tiene la mirada perdida. A la izquierda aparecen dos figuras con hábitos de franciscanos y agustinos. Tras estas figuras se encuentran los nobles toledanos que asisten al milagro, vestidos con trajes negros y golillas blancas. Se han identificado algunos personajes como don Diego de Covarrubias y su hermano Antonio; un posible autorretrato en la figura que mira hacia el espectador; don Juan de Silva, Protonotario Mayor de Toledo que aparece para certificar el milagro, en el centro de la imagen, elevando su mirada hacia el cielo.
 La zona superior se considera la zona de Gloria, hacia donde se dirige el alma de don Gonzalo, creando un movimiento ascendente hacia la figura de Cristo que corona la composición. A su derecha vemos a la Virgen, vestida con sus tradicionales colores azul y rojo. Frente a María se sitúa una figura semidesnuda que se identifica con san Juan Bautista, siendo ambos los medios de intercesión y salvación ante Dios. De esta manera, se representa una Deesis, muy habitual en el arte bizantino. En la zona izquierda de la Gloria encontramos a san Pedro, portando las llaves de la Iglesia, junto a querubines, ángeles y otros santos. En la derecha se sitúan san Pablo, santo Tomás -con una escuadra- e incluso Felipe II. Entre ambas zonas existen numerosos nexos de unión que hacen que la obra no esté formada por dos partes aisladas entre sí.

tomado de las fichas web de artehistoria.jcyl

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